Rayos, tumbas y café

¡Valerosos caballeros y gentiles damas!, en primer lugar, os deseo buenas tardes y espero que disfrutéis; no en vano he pasado tanto tiempo desafinando la guitarra, ¿no? Esta historia que hoy os cuento sucedió no hace mucho en un un tranquilo barrio cualquiera de esta vuestra ciudad, SimCity...

Érase que se era una vez un bar llamado la Cantina de la Universidad Morris. Era ligeramente peculiar; en el piso de abajo filosofaban sobre la barra los Filósofos Eclécticos Librepensadores, mientras que "ARRIBA" había sido tomado al asalto por los discotequeros juveniles, que no dejaban dormir a nadie.



Los Filósofos Eclécticos Librepensadores eran, básicamente, cuatro:

Tomás, el deportista. A pesar de sus muchos años, estaba en perfecta forma, y todos los días corría unos 20 km del tirón por la mañana, entrenaba 2 horas de tenis y corría otros 20 km por la noche.

Martín, el hiperactivo. Martín era un saco de nervios, y lamentablemente, también un poco gafe; en definitiva, una catástrofe con patas. Sin embargo, siempre estaba muy animado. Algunos decían que hasta un poco senil.

Antonio, el deprimista. Su teoría era que el ser humano solo alcanza la perfección cuando es capaz de reconocer que sus problemas son más grandes que él.

Gabriel, el raro. Era ligeramente excéntrico en algunas ocasiones, aunque en general no era hombre de actuar, sino de observar y pensar.

A cualquier hora se podía encontrar a los filósofos cubiertos de polvo sobre la barra del bar, discutiendo extrañas teorías con la dependiente, Serena...

...con Joe el viajero y W.C. Friendly...

...y con el loro Capitán Hawaii, animoso y chistoso compañero, que lamentablemente casi siempre tenía encima a algún imbécil que hacía el loro tratando que el Capitán Hawaii lo imitase. ¡Pero el Capitán Hawaii solo hacía el loro cuando a ÉL le daba la gana!

Aquella tarde, Gabriel parloteaba con Serena, Martín llevaba a cabo otro de sus interesantes experimentos (beber café con la pipa) y Antonio leía un libro de dios sabrá qué. Tomás aun no había vuelto de su diaria maratón, y Gabriel comenzó a preocuparse. Cuando Martín terminó con su café, le preguntó:

- Oye, Marti, ¿no crees que Tomás debería haber vuelto al bar hace ya rato?

- No sé -contestó Martín-, lo mismo se ha equivocado y se ha hecho 100 km en vez de veinte.

- ¿Y tú qué crees, Capitanillo? -preguntó Martín al loro.

- ¡Creeec! ¡Yo creeeeo que no deberías tomar tanto caféeee, Maaaarti! ¡Te afeeeeecta al cereeebro! ¡Creec!

- Estoy preocupado -murmuró Gabriel.

- A lo mejor se ha matado -puntualizó Antonio.

- ¡Por ahí vieeene! ¡Por ahí vieeene! -gritó el Capitán Hawaii.
Efectivamente, Tomás se acercaba corriendo.

- ¡Rápido! -gritó- ¡Antonio, Marti, Gabriel! ¡Venid conmigo! -y sin darles tiempo a reaccionar, los agarró a los tres y los sacó de la cantina.

- Pero Tomás, ¿adónde vamos? -protestó Martín.

- Marti, no te lo vas a creer. Cuando terminé los 20 km pasé por tu casa, ¡y adivina lo que he encontrado!

- ¿Qué?

- ¡Tumbas!

- ¡Rayos! -exclamó Gabriel.

- ¡Os lo dije! -afirmó Tomás- ¿Qué te parece, Marti? Vives al lado de un montón de muertos y ni te habías dado cuenta.

- Grmpflx -respondió el aludido- ¿Y qué hacías tú en MI casa, Tomás?

- Muy fácil -dijo Tomás- , comprobar si te habías dejado abierto POR CASUALIDAD la llave del butano o el grifo o algo parecido.

- ¿Y bien? -preguntó Antonio.

- Afirmativo -contestó Tomás.

- Pero, ¿por qué justo en mi casa? -protestó Martín.

- Ay, Marti -dijo Gabriel- qué gafe.

Martín, después de permanecer impasible medio minuto, torció el gesto.

- Entremos en mi casa -dijo- . Empieza a anochecer. Y necesito urgentemente tomarme un café -añadió, como si estuviera al borde de un ataque de nervios.

Entonces, de repente Gabriel tuvo la impresión de que alguien los observaba desde la esquina.

- Marti -dijo Gabriel- , por lo menos yo me considero tu amigo. Si tienes una hija, podrías habérnoslo dicho, ¿sabes?

- Pero si no tengo ninguna hija.

- ¿Ah no? ¿Y esa chica? -Gabriel señaló la esquina. Pero allí ya no había nadie.

- ¿Qué chica?

Gabriel no dijo nada. Se limitó a abrir la boca.

- Pues no sé... -murmuraba Gabriel- yo estaba tan seguro...

- ¡Creo que te estás haciendo viejo, amigo mío! -se rió Tomás.

- ¿Y acaso eso es bueno? -refunfuñó Antonio.

Estaban hablando los tres, al calor de la chimenea, en el salón de Martín, cuando éste volvió de la cocina con su café.

- ¿Cómo puede gustarte beber esa porquería? -preguntó Antonio.

- Los gustos son diferentes.

- Sí, pero es que anda que el tuyo... como ese reloj de cuco tan espantoso que tienes colgado en tu dormitorio. No sé como puedes dormir.

"¡Cu-cu! ¡Cu-cu!"

- ¡Está sonando! Eso es que se ha enfadado por lo que le has dicho, Antonio -se burló Martín- . Anda, ve y pídele perdón -acabó entre risas.

Antonio, refunfuñando entre dientes, fue hacia el dormitorio de Martín. Abrió la puerta, y se encontró con...

- ¡Marti! ¡Hay una niña en tu cama!

- ¡Marti!

- ¡Martiiiii!

- ¡Aaaaaaah!

Antonio salió corriendo y se tiró contra la puerta del salón.

- ¡Os lo aseguro! ¡Hay una niña en la cama de Marti!

- ¿Rubia, delgada y con el pelo por los hombros? -preguntó Gabriel.

- Sí -contestó Antonio.

- Pues la que he visto yo antes.

- Vosotros veis visiones -afirmó Martín- . Anda, salid a que os dé un poco el aire.

- Si tú lo dices -dijo Antonio, no muy convencido.

Salieron fuera. Pero no estaban solos: una niña que portaba una vela roja salió de entre las sombras.

Ninguno de los cuatro Filósofos Eclécticos Librepensadores acertó a decir nada. Simplemente clavaron la vista en la niña, que les ignoraba.

La siguieron con la vista. Ella se encaminó hacia las tumbas.

Una vez allí, se detuvo justo en el centro...

...soltó la vela y desapareció entre los árboles. Entonces, Martín parpadeó tres veces y ladeó la cabeza.

- Ah -dijo.

Incrédulos, los cuatro se acercaron a la vela, que no era fantasmal. Existía.

- Ejem -Tomás tragó saliva- , no es mi intención aumentar el ambiente, pero, ¿me permitís hacer notar que ahora hay menos tumbas que antes?

Martín sintió que le temblaban las rodillas.

- Creo -dijo- que necesito un café.

Unos días después, todo había vuelto a la normalidad (excepto que Serena estaba de vacaciones, y en su lugar estaba ahora Charity, igual de simpática). El Capitán Hawaii se tiró diez días haciendo bromas sobre las tumbas en casa de Martín, el cual, por cierto, se negó a volver a vivir en aquella casa-cementerio con fantasmas rubios con velas rojas que se meten en tu cama.

Y hasta para eso se encontró una solución.

- Marti, ¿puedes hacer el favor de explicarme qué hace ese foco delante de mi cactus?

- Tranquiilo, Gabriel, tranquiiilo... No puede hacerle más que bien, ¿no?



Como comprobaréis, esta es una historia que acaba bien (aunque sea con la casa de Gabriel hecha un desastre). Porque si una historia no acaba bien suele ser deprimente, excepto para esos bichos raros que se alegran con las desgracias ajenas; y rara es la persona a la que le gusta deprimirse.

Damas y caballeros, buenas noches.